jueves, octubre 2

Y los culpables del 68, ¿dónde están?



Javier Rodríguez/EXonline

Tuvieron que pasar 10 años para que las madres de los estudiantes caídos el 2 de octubre de 1968, pudieran acudir a la plaza de las Tres Culturas a dejar veladoras en memoria de sus familiares muertos.

Tuvieron que pasar 20 años para que la tragedia ocurrida en Tlatelolco saliera al debate público; y hoy, han pasado 40 años, y la única verdad es que todavía no se define el nivel de responsabilidad de los actores que ordenaron y ejecutaron esa matanza.

Esta es la tesis que motivó a Jacinto Rodríguez Munguía para escribir ‘1968, Todos los culpables’, un libro editado por Grijalbo, en el que el autor hace un recuento de los hechos ocurridos entre el 22 de septiembre y el 2 de octubre de 1968, y aprovecha para hacer una denuncia contra el silencio que se ha mantenido en este oscuro capítulo de nuestro país.

En entrevista con EXonline, Rodríguez Munguía afirma que a pesar de la distancia en el tiempo, todavía hay grandes deudas al 2 de octubre de 1968. “Sigue faltando una Comisión de la Verdad que encuentre todos los elementos históricos; ¿cuándo nos vamos a poder mirar como sociedad para darnos cuenta de nuestros excesos?”.

‘Todos los culpables’ exhibe varios factores que, en voz del autor, dieron origen a la matanza de Tlatelolco: el miedo de Díaz Ordaz, la ambición política de Luis Echeverría, la obediencia versus desobediencia dentro del Ejército, y los aparatos de inteligencia, “son los grandes culpables”.

Rodríguez Munguía asiente que las instituciones y los aparatos de inteligencia no han madurado lo suficiente, a pesar de haber sido expuestos por los estudiantes hace 40 años.

“La gran aportación del 68 es la ruptura generacional, el gran golpe que le dan al muro construido por décadas de poder. Sin embargo, las instituciones no han madurado, no hay un aparato de inteligencia distinto al de esos años”.

“El problema de estos acontecimientos es que todavía siguen siendo un secreto… Y a nosotros como sociedad, nos complace el silencio. No nos gusta que nos digan las cosas”, concluye.

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